domingo, 20 de diciembre de 2009

Los dirigentes del mañana

A pesar de lo grandilocuente del título, mi propósito no es sino llamar un poco la atención acerca de un aspecto que hoy, en nuestra sociedad, pasa desapercibido pero no por ello es menos importante.
Me refiero a la educación de nuestros niños, esas cosas que se deslizan por el suelo por debajo del metro de altura y gritan mucho.

Siempre he pensado que la educación en una persona es vital, y ésta debe empezar cuanto antes. Con esto no quiero decir que se debe ir al colegio a edades excesivamente tempranas, sino a la verdadera educación. Los niños no deben ir al colegio a educarse, sino a aprender, a cultivarse. La educación para mí es otra cosa, es el comprender los límites que toda persona debe tener si quiere pertenecer a una sociedad. Y esos límites se aprenden en casa, no en el colegio. Dejar que esto ocurra en el colegio, donde un solo profesor debe imponer orden ante treinta o más pequeños, es de locos... ¿habéis probado a organizar a una pandilla de mocosos de no más de diez años en un propósito que no sea jugar, y durante varias horas? Esto exige un alto grado de autoridad y de disciplina que no todo el mundo tiene.

Bien, ayer mismo asistí a un cuentacuentos de los que organiza los civibox de manera gratuita. La hora, de 12:00 a 1:00, era perfecta. Justo antes de ir a comer y justo después de hacer alguna compra o algún recado.
La sesión empezó puntual y dado que yo, en mi condición de no niño, no prestaba excesiva atención al relato, pues también me puse a contar. Pero no cuentos, sino personal. En total en la sala estábamos:
- 1 cuentacuentos
- 8 adultos (dos de ellos hombres)
- 18 niños
A última hora una mujer se salió porque su niño molestaba y entró un hombre que se sentó al lado de otra mujer.
Dado el índice de natalidad que tenemos (1.45 bebés por mujer en edad fértil), deduje sin mucho esfuerzo que todos los infantes allí presentes no estaban acompañados de sus padres, ni siquiera por uno de ellos. Y también deduje con la misma facilidad que el comportamiento irritante de alguno de los oyentes era debido precisamente a esta ausencia, sin duda originada por la imperiosa y necesaria lectura del diario Marca en el bar de abajo, o por la compra del regalo del Olentzero que no se ha podido hacer hasta ese día, en que los del ayuntamiento tienen la amabilidad de poner una guardería gratuita y llamarla de otra forma.
Pensé en otra posibilidad no menos terrible; que un adulto llevase a varios niños y cuidase de ellos hasta la conclusión del cuento. Pero dada la pasividad con que se comportaron todos los adultos (excepción de la madre que salió fuera) ante las interrupciones, golpes en el suelo, correr de sillas, etc. me inclino-prefiero inclinarme- ante la posibilidad de que estos niños campaban a sus anchas sin supervisión ninguna. Una supervisión tan permisiva hubiese sido aún peor.

Cuando terminó el cuento-por cierto, muy ameno y entretenido, con una gran puesta en escena, con pocos medios y mucha imaginación-, varios adultos que no había visto en la sala estaban esperando fuera con una sonrisa, como pensando: "¡Qué bien se lo ha pasado mi niño!"

¿Es esto lo que aprenden nuestros futuros dirigentes?¿Que uno puede hacer lo que quiera y no ser apercibido por ello?¿Que los padres son perfectamente prescindibles?¿que efectivamente la vida es un cuento mágico?

Si algún día nos vemos en un asilo, babeando, sin más horizonte que una visita de media hora semanal, sólo nos quedará decir: "El que siembra vientos, recoge tempestades. Así es la vida, muchacho".

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